En cierta ocasión, en una de las redes sociales, en el Facebook concretamente, publiqué una de mis locuras. Publiqué que yo podía hacerle frente a cualquiera, ya sea escribiendo o en la calle a mano pelona. Y claro que me salió un karateca.
Me citó y quería que nos agarramos a golpes. Lo que ocurre después, fue muy sencillo, del Facebook nos pasamos al Twitter mentándonos la mauser el uno al otro y al otro a uno.
En los primeros días me sorprendí que aquel sujeto de barba, según el perfil de su Facebook, de aproximadamente mi edad, mantuviera por días una serie de insultos inbox, educado y sin maldiciones, pero en sus estados llevándolos a extremos casi a golpes, antes de que lo que tuviera que pasar sucediera.
Además noté en su perfil que el tipo gozaba de más presencia que yo en las mismas redes sociales, que tanto en el centro como en el sur gozaba de buen prestigio, que era bien conocido en el centro y bastante querido en el sur, por tanto en lo que a él le llovían apoyos a mí me llovían reclamos de mis propios amigos, desde la primera semana.
Uno que otro me advertía, quedito, «aguas porque aquel si tira chingazos». Yo me di por advertido de inmediato, casi pierdo el rumbo por donde iba caminando, ahí por el estadio.
Pasaron varios días en los que subí a una barra a hacer ejercicio, todavía no sé para qué, y levante pesas, hice abdominales las que me supe y troté un rato casi dos cuadras y me regresé. Pienso en que luego de un rato de trotar y de tirar patadas al aire tengo que golpear un costal, pero ahí le dejó no pienso invertirle tanto tiempo.
Mientras tanto mi enemigo hacía lucir sus dotes de karateca, pues sus cuates coincidían en que me perdonara la vida. Y en eso sí no estaba yo de acuerdo. Hasta eso, no habían pasado dos semanas.
También es cierto que yo ya me había dado dos o tres trompos en el barrio, pero lejos estaban aquellas patadas ciegas a estas que con presición dieran en mi cara, de las que había probado yo algunas en mi vida, pensé que el sujeto si yo no me preparaba podría repetir la hazaña lograda por otros.
Sólo pensaba y en realidad estaba bastante preocupado desde que abría la ventana. Checaba el Facebook y ahí estaba el sujeto con su kimono o cómo se le llama al traje de karate blanco y con cinta negra, haciendo catas y en otros vídeos doblando clavos con los dedos, era macabro verlo.
Yo entonces corría más recio e instalaba mis propios records en salir y volver al estadio sin devolver el almuerzo, lo conseguí varias veces, hasta lograr algún prestigio con señoras y señores que querían ser como yo, un atleta de dos semanas, aunque estuvieran viejitos.
Hasta que me cayó el 20 que dos semanas eran muchas semanas y que así como yo había visto en el terraplén un enfrentamiento tipo Bruce Lee, Karate Kid o una final de esas de Inmortales de Chuck Norris o una cosa de esas despedazado en su cuerpo, yo vi mi cuerpo hecho un guiñapo, en realidad la reflexión que había hecho del primero al día siguiente, fue reconocer que efectivamente no estaba hecho yo para un combate. De hecho nunca lo había estado por más ejercicio que había hecho, yo era de 200, 400 hasta 3000 metros planos, era una pluma y eso ya al último, cuando me andaba rajando, porque al principio fui lento.
Pero de ahí a hacer una pelea legendaria, de esas de las que salen en los videos, casi profesionales, callejera, se me hacía muy difícil yo lo contemplaba así.
Si no citamos en un lugar público podría ser una calle olvidada o en la oscuridad a las orillas de la ciudad, pero aquí no hay así, aquí te sale banda de toda por las orillas.
Yo imaginé una calle de repente así como el estadio,por la orilla del 17, encontrarnos así de frente y partirnos la madre ahorita que no hay tanta gente, dije yo, pero ignoraba o pienso ahora que todo eso que fue para mí un apuro que desde el primer día se acrecentó porque entonces amanecí haciendo ejercicio. Intentando patadas de un karate que hace muchos años fui dos días y se me quedaron grabadas, y ahora explico esas patadas que doy que duraron dos años según yo. Y nadie me cree.
Y como dije, dos semanas eran muchas para dos que le andan zacateando al parche y por eso ahí le dejamos. Tampoco era cosa de que nos hiciéramos amigos así nomás, pues tampoco, pero cuando me lo encuentro lo saludo. Últimamente lo encuentro muy seguido de modo que sin querer, con cierto disimulo, de alguna manera nos hemos hecho cuates.
HASTA PRONTO.